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No es casualidad si te encuentras en mis letras;   o recorriéndome el cuerpo debajo de las sábanas una madrugada cualquiera.  Pero eso ya lo sabes. Eres mi recuerdo predilecto y ni siquiera has ocurrido. Cuéntame cómo lo haces.  ¿Cómo eres capaz de habitarme-penetrarme-perpetuarme,  si estás una realidad distante? Quizá nuestros cuerpos se han consumido en otras vidas, por eso se buscan en esta: se necesitan. Limitamos nuestro lenguaje al fuego, al deseo que nos hace salivar y mordernos los labios, donde la ternura no tiene cabida y sin embargo, nos queremos. A nuestra manera, pero lo hacemos. Cuántas veces te he inventado hasta perder el aliento.  Te leo sobre mi piel en braille y si pudieras tocarme sabrías que me reconozco entre tus manos, tus labios, tu saliva, tus jadeos, tu humedad, tus ansias, tu sexo... como dos rompecabezas que no forman la misma figura y les faltan piezas, pero igual encajan.  ¿Qué somos? ¿La espera impaciente que jamás concluye? ¿El eco del recuerdo de unos

Un nueve de Febrero.

Este número del segundo mes, ya no me pertenece; pero la evidencia es clara: vivías profundamente en mis entrañas. Probablemente habite por todas mis vidas ahí, aunque dejemos de pertene-ser-nos.  También he imaginado una sección en mi librero con los libros que me has enviado (casi de manera anónima) durante estos dos años. Tú piensas que el exlibris que colocas al inicio de las páginas te pertenece, pero fui yo quien lo puso primero en tu brazo izquierdo. Ese gato que de reojo te cuida, en silencio... Pero por ahora, mejor respiro y callo. Dejo sólo (y solo) un fragmento de mi memoria: "Nota para un regalo que no lleva nota, pero debería: Sé que no tienes gusto especial por los cumpleaños, sobre todo si hablamos del tuyo. Sé que prefieres no decirle a nadie, porque en general detestas las hipocresías y las falsas palabras de gente que sólo se entera de las cosas por las notificaciones que marca su teléfono móvil. Pero también sé que te gustan los abrazos, el pastel de chocolate,

Corazón de río

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Hay despedidas que se sienten incluso antes del comienzo . La nuestra aún no llega, pero la veo correr entre mis manos, como cuando tratas de atrapar ese fragmento de líquido para dar el último sorbo. Podrás terminar empapado, pero no satisfecho y mucho menos hidratado.  Imposible tener un trago completo, ni lamiendo la humedad de los dedos.  Atraída por la belleza del sonido quise tocar tus bordes, pero resbalé y quedé sumergida por completo. Qué extraña sensación de ausencia se vive debajo de la superficie... tal vez fue ahí donde me sentí cobijada. Nunca había nadado en un cuerpo de agua, hasta que descubrí el tuyo . Y aún no estoy segura si me mantengo aquí por sed, por la sensación de profundidad o para regar mis flores. Mi única certeza es que no puedo permanecer mucho tiempo dentro, sin haber maltratado considerablemente mi piel entre tus corrientes.  Tienes corazón de río amor, corazón de agua que fluye y fluye y fluye... y si me dejo llevar, temo a la vastedad del océano. Creo

De todo lo que no soy.

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 martes, 6 de octubre de 2015 No soy algo que puedas respirar o sonreír una tarde entera. Soy las seis y treinta de cuando los que despiertan no recuerdan su sueño, pero dan el último suspiro sintiendo la sombra de quien los abrasó y no dejó más que eso: fuego.  Soy libélula de flores violeta y capullo vacío, sin alas ni vuelo. Soy el vientre en el que bailan miles de peces cuando el amor encuentra su momento; soy los peces y el amor; pero sobre todo, soy el baile de los peces. Aquello que guardas en el bolsillo izquierdo de la prenda que te pones una sola vez, y olvidas después en el armario junto a los abrigos y los zapatos y las cartas jamás abiertas en una caja que no lleva mi nombre.  No soy algo por lo que sientas amor, te digo: soy la que siente amor y siempre pierde. Los puntos suspensivos, el suspenso y la suspensión de los recuerdos. El sinsentido de cuando te veo a lo lejos, con las mariposas revoloteándote el encanto y yo, remolino de besos que nunca serán dados. El sentido
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Anoche se quebró. Me levanté de mi incómoda postura, dispuesta a pulsar el botón de   cerrar sesión  del día, pero quise antes beber una última taza de té cuando de pronto sentí el golpe.  Me descubrí sentada en el piso recargada al pie de la cama con los ojos cerrados, la mitad del cuerpo entumecida y sosteniendo mi muñeca izquierda con fuerza.  No me dio tiempo de pensar en nada.                     De pronto no pensaba en nada. Y después, el hormigueo frío. Y después, la punzada. Y después, el dolor. Y después, la boca apretada. Y el hilo de sal escurriendo por la delgada línea de las pestañas.  <<Tuviste que estar en la cama hace más de una hora ¿por qué sigues aquí?>>                               ¿Por qué sigues aquí?  “-¿Tú no lloras, verdad?” me preguntaron hace poco.  Y en mi cabeza pasaron una serie de imágenes, como montadas en un visor de juguete, bajando el índice para proyectar una tras otra, tras otra, tras otra. Observaba mi pequeña figura en cólera, en aus