Anoche se quebró.
Me levanté de mi incómoda postura, dispuesta a pulsar el botón de cerrar sesión del día, pero quise antes beber una última taza de té cuando de pronto sentí el golpe.
Me descubrí sentada en el piso recargada al pie de la cama con los ojos cerrados, la mitad del cuerpo entumecida y sosteniendo mi muñeca izquierda con fuerza.
No me dio tiempo de pensar en nada.
De pronto no pensaba en nada.
Y después, el hormigueo frío. Y después, la punzada. Y después, el dolor. Y después, la boca apretada. Y el hilo de sal escurriendo por la delgada línea de las pestañas.
<<Tuviste que estar en la cama hace más de una hora ¿por qué sigues aquí?>>
¿Por qué sigues aquí?
“-¿Tú no lloras, verdad?” me preguntaron hace poco.
Y en mi cabeza pasaron una serie de imágenes, como montadas en un visor de juguete, bajando el índice para proyectar una tras otra, tras otra, tras otra. Observaba mi pequeña figura en cólera, en ausencia, en vergüenza, en un
“-te amo”
“no hagas esto”
“por qué haces esto”
“-Hace tiempo que no lloro” contesté corta y seriamente.
Con la onomatopeya inconsciente de cuando se detiene en seco el carrete, atorado por la rapidez con la que querías que pasaran las imágenes.
Levántate.
Le-ván-ta-te.
Le
ván
ta
te.
Como demanda, como cariñito, pero también como promesa.
De pronto ya no era el dolor de la muñeca, eran todos los dolores juntos. Eran las lágrimas que no paraban, que no sabían el por qué pero reconocían el cómo. Quizá la mano tenía la llave para abrir la caja débil donde guardaba mis mares.
<<Qué tonta. Ahora escúchate diciendo que llorar es débil. ¿Dónde aprendiste eso?>>
Ya no puedes seguir aquí.
Quizá los huesos de la muñeca rompieron mi estanque y ahora mis ojos pluviales desembocan en el rojo de la mesa. No hay peces, sólo charquitos que se vuelven manchas.
Qué curioso es el miedo cuando dispara viejos recuerdos en una madrugada de miércoles. Qué curioso es el miedo disparado después de una caída tan tonta como la que te sucede una madrugada de miércoles.
En fin. Que así funcionan los recuerdos, y el miedo.
Menos mal que la mano fue siniestra y soy diestra. Menos mal que lo único que se rompió fue el llanto.
Vete, anda.
Que yo
ya no estoy aquí.
Que maravilloso texto, como demandando sanar de una herida que uno no sabe que estaba abierta todavía, hasta que viste la lluvia brotar de ella, abrazos Luna sin rostro...
ResponderEliminarEso...
EliminarGracias.
Abrazo de luna de vuelta.