
Anoche se quebró. Me levanté de mi incómoda postura, dispuesta a pulsar el botón de cerrar sesión del día, pero quise antes beber una última taza de té cuando de pronto sentí el golpe. Me descubrí sentada en el piso recargada al pie de la cama con los ojos cerrados, la mitad del cuerpo entumecida y sosteniendo mi muñeca izquierda con fuerza. No me dio tiempo de pensar en nada. De pronto no pensaba en nada. Y después, el hormigueo frío. Y después, la punzada. Y después, el dolor. Y después, la boca apretada. Y el hilo de sal escurriendo por la delgada línea de las pestañas. <<Tuviste que estar en la cama hace más de una hora ¿por qué sigues aquí?>> ¿Por qué sigues aquí? “-¿Tú no lloras, verdad?” me preguntaron hace poco. Y en mi cabeza pasaron un...